Editoriales en FotoRevista

 

El flautista

Volver a Editoriales en FotoRevista Hace muchos años en un próspero país, el miedo, la incapacidad y la xenofobia los perdió. Por ese entonces había habitantes muy acaudalados que con el pasar de los años se sintieron invadidos (hasta el día de hoy) por pobres, indigentes, carenciados, devenidos, caídos y empobrecidos que entraban como trombas...   

Hace muchos años en un próspero país, el miedo, la incapacidad y la xenofobia los perdió.
Por ese entonces había habitantes muy acaudalados que con el pasar de los años se sintieron invadidos (hasta el día de hoy) por pobres, indigentes, carenciados, devenidos, caídos y empobrecidos que entraban como trombas a sus negocios, empresas y barrios privados, obstruían las calles, reclamaban sus ahorros, suplicaban seguridad jurídica, lloraban sus pérdidas económicas, peleaban sus sueldos, pedían trabajo, entorpeciendo sus cotidianos días tranquilos por los que paseaban en las bellas alamedas, calles y rutas, todo era bello, hasta que llegaron estos vándalos devorando los desechos, reclamando derechos, reclamando sobrevivir, durmiendo en sus puertas y sus calles, donde el más firmaba con un pulgar y no tomaban agua mineral.

¿Qué pasó?
¿Quién los trajo?
¿De donde salieron?
¿Qué hacemos?
Se preguntaban y nadie sabía responder.

Unos proponían exterminarlos, otros les tenían miedo y otros elaboraban planes a futuro (para utilidad propia).
Había algunos que temían por sus pertenencias, otros perder sus logros, y había otros que le temían a esta nueva reproducción acelerada. Aunque estos señores fueran llenando más los tachos de basura, para que por lo menos no se quejaran en sus puertas de que les dolía la panza de hambre… y así tapar algo intapable.

Es así que se convocó a un cónclave muy largo y muy corto para llamar a alguien que tuviera la receta para poder parar a esta turba tan amenazadora.
El presidente del cónclave propuso una recompensa muy importante, y es así que buscó a un flautista alto y desgarbado.
El resto por descarte aceptó (después de todo era un conocido de por allá lejos).

Este personaje aceptó gustoso, la recompensa era muy tentadora.
Es así que salió durante varios meses tocando su flauta encantadora, su personalidad era tan atractiva que empezaron de a poco a seguirlo estos turbosos personajes. Cada vez más y más lo seguían todos los días oyendo sus encantadoras melodías, y se encolumnaban detrás de este personaje desgarbado.

Un día tomaron por una calle que el flautista eligió, era larga, pero tan verde esperanza que no les importaba hasta donde llegaba el camino, solo escuchaban su flauta mágica, todos lo siguieron…
Llegó la noche y nadie retornaba, hasta que los integrantes del cónclave, que lo estaban esperando, lo vieron llegar solo y se sintieron aliviados al ver su figura.

Al llegar le preguntaron ¿se aseguró que no volverán?

Prepararon un gran banquete para agasajar al flautista y éste aprovechó el momento para reclamar su recompensa. Los integrantes del cónclave rieron a carcajadas y le preguntaron:
¿crees que te daremos la recompensa?
-Vete o únete sin reclamar nada-

Resentido, enojado y furioso por la respuesta se marchó a tocar su flauta y mientras componía una nueva melodía, pensaba y pensaba, tramaba y tramaba…

Al poco tiempo fue a ver al presidente del cónclave y le dijo que se unía a ellos y como agradecimiento les había compuesto una melodía para participar todos juntos por las calles de ese lejano país.

Aceptaron gustosos… (se sentían agasajados por tan importante artista).

La melodía que entonaba era tan bella, dulce, mágica y encantadora que los ciudadanos e integrantes del conclave sin distinción lo empezaron a seguir con alegría, todos iban tras él y su melodía, ¡les había solucionado su gran preocupación!

Los que no lo acompañaron, se quedaron observando y cuando lo vieron volver solo como en la primera caminata se empezaron a preocupar, los invadió el medio, y se preguntaban entre ellos “el manto de silencio que nos cubrió y cubre ¿también le pertenece?”
Un pequeño grupito solo murmuro “creo que tengo miedo”, otros “mejor no preguntar”, y así un montón de murmullos casi mudos…

El flautista se dirigió a la casa del pueblo y se sentó en el gran sillón, dijo y gritó “esta es la recompensa que me prometieron y nadie me la quitará”

Al tiempito, se sentían en la lejanía ecos de flautas…
Con el correr de los días todos se convirtieron en flautistas, unos más otros menos, pero flautistas al fin en un lejano país…

Hasta la próxima si mi Dios quiere... y ellos también.
 

Editorial publicado en www.fotorevista.com.ar el día 15/042006

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